Mi nombre es Sena by Marta Del Riego

Mi nombre es Sena by Marta Del Riego

autor:Marta Del Riego
La lengua: spa
Format: epub
editor: HarperCollins Ibérica S.A.
publicado: 2016-08-05T00:00:00+00:00


22

—¡Dios del Cielo, que no vengas por Navidad!

—Tita, no empieces. Me han invitado los padres de Franz y no voy a desairarlos.

No era fácil hablar con su abuela, se ponía tan pesada: ven, ven, ven. Tenía que inventarse todo tipo de excusas, excusas que, estaba segura, ella no se creía.

—Ah, sí, ¿pero los alemanes celebran la Navidad? ¿No son de esos protestantes descreídos que no tienen santos en las iglesias y sus curas se casan? Aunque lo de que se casen no me parece mal, a ver si así se les quita la mala uva. ¿Y qué vais a cenar si puede saberse?

—Bueno, en Alemania la Nochebuena no es importante, lo importante es la comida de Pascua —explicó Sena con tonillo ilustrativo.

—Encima, de régimen en Nochebuena. Pues yo compré dos kilos de langostinos, matamos un cabrito y encargué un besugo. ¿De veras no te gustaría cenar aquí? Con Evelinamari y tus primos… Por cierto, Evelinamari casa el año que viene. Supongo que te invitará.

—No pienso ir.

—¡Eugenia! Es prima hermana tuya.

—Que alguien sea de tu familia no significa que te caiga bien.

—La sangre llama a la sangre. Debes estar orgullosa de pertenecer a esta familia. Lo que hemos levantado Tito y yo. ¡Una empresa con doce empleados!

—Y quién la lleva, dime, ¿quién lleva ahora la empresa? Si la sangre fuera tan importante yo tendría derecho a un tercio de ese negocio, ¿no? Tres hijos, tres tercios. ¿O es que cuando se muere un hijo deja de pertenecer a la familia? La sangre seca ya no cuenta.

—Oírte me levanta dolor de cabeza. Y yo, ¿qué? Quién me cuida. Tú te desentendiste y marchaste lo más lejos posible. Nunca te preocupó el negocio.

Sena se dio cuenta de que se estaba desbocando, pero le era imposible frenar. Tenía esa bola de pelos en la boca pugnando por salir.

—¿Qué?, ¿dónde he oído esas mismas palabras? Ah, sí, se lo escuché a mis tíos, hasta a Evelinamari se lo escuché. ¿Qué pasa, es una consigna familiar? —Elevó aún más la voz—. Cuando era pequeña, no me dejaban ni entrar en el almacén. Solo me estaba permitido si iba con Evelinamari. Y tío Chaguín el peor, siempre con ese aire de superioridad.

Hubo un silencio al otro lado de la línea.

—Si Tito viviera…

—¿Qué? Con él vivo era igual.

—Papá, si papá viviera, era encantador. Las risas que echábamos. —Sena contuvo la respiración: ¿las risas? Esa parte de la historia jamás la había oído—. Está mal que lo diga una madre, pero era mi preferido. De rapaz lo era. Luego ya…

—Luego ya, ¿qué? ¿Qué pasó?

La voz se hizo quejumbrosa, avanzaba lentamente sobre las palabras.

—Me encuentro muy mal, muy mal, me duelen los huesos. Como si me clavaran puñales en la rodilla. Es la helada negra… Anoche el termómetro del patio marcó nueve bajo cero.

Sena suavizó el tono. A veces no se daba cuenta de que su abuela tenía ya muchos años. Por un segundo pensó: ¿y si no vuelvo a verla? La idea le produjo retortijones. Se apretó el vientre con la palma de la mano.



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